En un momento de
la vida del fotógrafo este anexa a su visión ojo-cuadrícula lo que me permito
llamar “foto parpadeo”: Una pulsión que lo induce a utilizar sus ojos como
obturador. De este modo, en un acto lúdico, une las imágenes provenientes de la
música, la literatura, los aromas, el tacto. Cierra sus ojos y comienza a ver
formas, colores, disposición de objetos, además de situaciones que captura
enriqueciendo así su banco de imágenes nunca
hechas, sus bocetos, sus deseos. Esa actividad también es una negación a ver lo
existente en el mundo real y está emparentada con la ceguera voluntaria. El
fotógrafo se convierte en invidente. Se hace capaz de detener lo efímero del
pensamiento y, en fracciones de segundo, juega a detener lo inexistente, lo
irreal que se proyecta sobre la oscura pantalla de su imaginación.
Esta experiencia
causa una acción inconsciente: un cierto temblor en el dedo índice que culmina
en el disparo ante la luz, el color o la forma imaginada. Luego, todo pasa a
convertirse en algo fugaz como el sujeto de donde proviene. Esta pulsión, se
expresa en una manera de entrecerrar los ojos que nos delata como cámaras
humanas. Allí, en esa
proyección, habitan las mejores imágenes como cómplices de nuestros deseos no
materializados.
Esta hermosa etapa
de la fotografía imaginaria catapulta al fotógrafo hacia la búsqueda de la
imagen pura. Esa en la que no es necesaria la existencia de lo real. La
fotografía ya no es el indicador de la existencia de las cosas. El
“fotoparpadeo” es lo más cercano a la captura de la interpretación del mundo;
entonces, el arte se hace presente y magnifica el placer de escuchar, tocar,
oler o gustar. Es en ese momento que el fotógrafo comienza a romper las
barreras que le impiden explayar sus virtudes sensoriales.
LA FOTOGRAFIA
INACABADA @Wilsonprada pag. 41
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